Nunca te he dejado solo, hijo mío, porque estoy dentro de tu corazón.
Cada momento de nuestra vida debe ser
conducido por nuestras intenciones.
Debemos, pues, pensar en lo que deseamos de cada instante de nuestras
vidas para que la vida tenga un propósito claro en nuestro entendimiento. Cuando estamos ante la presencia del vestido
que llevó el espíritu de algún ser querido, debe tener un motivo en común que
es acompañar a su familia a pasar este difícil camino que conlleva mucho
dolor. A la vez debemos saber que estamos
aquí para recordar. Recordar la vida y
virtudes de un ser humano nos dejó dejando un legado de vida que nos servirá de
modelo a seguir para nuestros hijos. No
debemos pues recordar su partida, sino su presencia eterna que quedará como
enseñanza para los que vienen detrás. Así como Jesús, el que parte demostró la
forma de vivir en abundancia de alegría y siguiendo las pautas positivas de
todo pensamiento. Así recordamos que su ausencia
no quedará como el recuerdo de un camino vacío y sin sentido, lo recodaremos
por su forma de vivir que siempre fue acertada y feliz demostrando así que
podemos disfrutar la vida sin tener que llegar a excesos que nos perjudiquen. El
rito del velatorio debe ser para recordar la vida de esa persona y con nuestras
oraciones hacer que su espíritu suba de inmediato a los brazos de Dios y cantar
para apresurar esa bendición que fue promesa de nuestro Padre.
Goteva
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